lunes, enero 1

El Valle de los Caídos (II)

No me gustó nada el Valle de los Caídos. Es muy grande y lóbrego, y no hay máquinas que vendan galletitas. Cuando entramos Adolfo y José Antonio levantaron el brazo emocionados, y cuando llegaron delante de una gran baldosa en el suelo con una inscripción, en la que había un ramo de flores, se tiraron al suelo a llorar. Vinieron dos conserjes y los echaron a capones del recinto mientras mis amigos gritaban “rojos de mierda, fuera vuestros abyectos cuerpos del tempo de nuestro Caudillo”. No entendí nada, pero un par de chavales me reconocieron y me dieron parte de sus Príncipe (de Beukelaer), y así se me endulzó el mal trago. Un señor manco y cojo, con un parche en el ojo, me guiñó el ojo bueno mientras me señalaba con su otra mano una medalla militar que llevaba. Antes de pegársela contra una columna me dijo “camarada, los caballeros legionarios admiramos tu color azul”. Sigo sin entender nada...