domingo, noviembre 19

Chung-air

A pesar de los gritos de los productores y sus abogados, me he comido el contrato y me he ido al aeropuerto. El problema ha sido cuando he subido al avión. Por fuera no tenía muy buena pinta, pero por dentro parecía un estercolero. Tras sentarme en un asiento en el que no me cabía el culo, he preguntado por el almuerzo y si había ricas galletitas en él. La azafata se ha puesto a reír y me ha dicho que no es de buen tono emborracharse a las nueve de la mañana. No nos han regalado ni un triste vaso de agua, y los productos del “bar” (vamos, el cutrecarro que empujaba una azafata con cara de perro) tenían unos precios estratosféricos. Me han tenido seis horas sin tomar nada, y los cabrones habían cortado el agua de los lavabos. Tras compartir con el pasajero alcohólico de al lado un trago de su petaca (el coñac Old Rhino Skin no es precisamente mi bebida ideal, prefiero un batidito para mojar galletas), me he sentido fatal y he tenido que calmar las nauseas leyendo las memorias de Demis Roussos. Pero al fin he aterrizado en Barajas, y creo que mi vida va a ser mucho mejor a partir de ahora...

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Coño, como Iberia.

2:09 p. m.  

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